Friday, October 07, 2005

TEPOZTLAN, EL SUPER HOMBRE

TEPOZTLAN:
EL HOMBRE EXISTE SOLO PARA QUE EXISTA EL SUPER HOMBRE.

Por Waldemar Verdugo Fuentes.

Pocos caminos permiten llegar a Tepoztlán. Al pueblo lo rodea un círculo natural de piedras mezcladas con ceniza volcánica que lo hacen casi infranqueable; en sus laderas se ven formaciones de rocas con curiosa fisonomía y profundos barrancos. Situado a una altura de 1790 metros sobre el nivel del mar, en época de lluvias una exuberante vegetación envuelve a la pequeña aldea; durante la sequía, el verde es cubierto por un manto amarillo dibujado con flores de colores. Sin embargo, la moderna autopista México Cuernavaca hace muy cómodo el acceso al poblado. A sólo 86 kilómetros de Ciudad de México, y a 16 kilómetros de Cuernavaca, en el bello Estado de Morelos se encuentra esta aldea fuera del tiempo, incrustada en las alturas centrales de Mesoamérica esconde su belleza, protegida por colosales guardianes tallados en sus montañas de piedra trabajada de tradiciones y leyendas. Tepoztlán es única: en su valle se sitúa la cuna del héroe Tepoztecatl, hijo de Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl, la serpiente emplumada.

   En 1983 fue mi primera visita a Tepoztlán, invitado por Editorial Katún a presentar el libro “La Infinita” de la escritora chilena Eugenia Echeverría; entonces viví la experiencia maravillosa de dirigirme al poblado de Tepoztecatl a viva voz desde el Kiosco de la plaza principal del pueblo, para hablarles de la lejana literatura chilena. No fue cosa fácil capturar la atención de los vecinos presentes, sólo luego de mucho hablar, supe que lo había logrado cuando vi el rostro sonriente de la editora Consuelo Moreno, una de mis mecenas mexicanas. Mi segunda visita a Tepoztlán fue de la mano de mi amiga Morena Monteforte, inmortalizada su historia en la novela “En Donde Acaban los Caminos”, de su padre el destacado escritor guatemalteco Mario Monteforte Toledo, quien luego de ser exiliado de su natal Guatemala, y después de una errancia por países europeos, con su familia eligió México para vivir: Morena, con su bagaje Maya a cuestas se adaptó de inmediato al mundo mágico Tepozteco. Publiqué después:

   Llegamos a su casa, y junto con la caída del sol de la mano de Morena hicimos lo que veníamos a hacer: el rito de celebración que iniciamos con una visita al Hermano Pedro, sabio nacido y criado en Tepoztlán que tiene la virtud de conocer los secretos de las piedras, las flores “limpiadoras” y su aplicación en el hombre. Le llevamos como ofrenda una candela blanca, azúcar, harina y un kilo de huevos, que aquí como en todo México los huevos de gallina se venden por peso y no por unidad como en el resto de América. Nos recibe con gran amabilidad y nos ofrece entrar a su humilde morada, una casa de madera con piso de tierra cubierto con petates y una espléndida alfombra tejida con hilos vegetales de colores claros, especialmente tonos amarillos, verdes y blancos. Todo muy ordenado. Llama mi atención que el pequeño hijo de Morena, Demián, apenas llegamos se instala muy cómodo en un petate y duerme hasta el final del rito que me acercó al mundo ancestral de Tepoztlán.

   Luego de una ceremonia singular el Hermano Pedro coloca un trozo de jade verde casi negro con forma de corazón en el centro de mi cabeza, exactamente en nuestro círculo de agua, “que es un centro energético por el cual nos comunicamos con lo alto. Ahora te vas a comunicar con la Tierra”  dijo. Siempre debo estar de pie, unas tres horas, que transcurren en un instante, mientras el sabio prepara flores y a ratos con un manojo de ellas frota todo mi cuerpo, siempre vestido pero con mis pies descalzos; distingo geranios blancos y siemprevivas amarillas. Luego quema esas flores en el comal del cual brota una suave línea azul de humo del copal que ha agregado. Morena Monteforte me explica que las flores las elige por su función y colores. El Hermano Pedro, a medida que va seleccionando sus manojos va recitando una letanía, como hablando con las flores; rara vez habla con nosotros aunque se expresa perfectamente en español, pero su canto es en lengua tepozteca. Todo transcurre en perfecta armonía. Nadie más acompaña al sabio, quien nos dice: “Esta casa es un templo, porque la tierra entera es un templo. Los templos no son solamente para recitar plegarias y hacer limpias. Su ubicación indica puntos de unión para los cuatro elementos y para las fuerzas de la tierra y el cielo. Son útiles para devolver al hombre común el equilibrio físico, pero existen primordialmente para devolver, al que pretende un camino espiritual, la salud sicológica: la unión en él de las cuatro conciencias, la desaparición de la personalidad, el nacimiento del Yo, Uno, la semilla del superhombre que se siembra en nuestros bosques sagrados”. Cuando termina el rito chamánico me es entregado el pequeño corazón de jade que arde de puro calor, lo que nunca aprecié todo el tiempo que estuvo reposado en el centro de mi cabeza: lo tomo casi quemando mis dedos y lo guardo en un pañuelo blanco que me ha regalado Morena para tal propósito.

   Ya estábamos preparados para la bienvenida de Tonatiuh a Quetzalcóatl. A las cinco de la mañana nos encaminamos a las orillas del valle de Amatlán, donde Tepoztlán es anunciado por el majestuoso Tepozteco y su conjunto de formaciones rocosas con extrañas formas secretas: aquí asistimos a la conmemoración del 150 aniversario del natalicio de Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl. El ambiente mágico lo inicia el curandero mayor del pueblo quien adecua en sus palabras la lejanía cronológica del rito náhuatl, al entendimiento de los contemporáneos popolocas (los que no conocen su origen) reunidos aquí, en la cúspide de la pirámide de Cinteopa, deidad del maíz, semi oculta por los años y la maleza. Los cirios blancos encendidos al inicio de la caminata a este lugar, son colocados ceremoniosamente en el altar central, se habla de Dios, del espíritu santo y de la sabiduría de Quetzalcóatl, quien regresará. Hay fervor por apropiarse de este culto náhuatl desde la perspectiva y los sentimientos del mexicano de hoy, despojado de los atavismos del folklore. Viene la reflexión luego que se nos indica recibir la energía cósmica con las palmas de las manos apuntando unos instantes sensitivamente a los cuatro puntos cardinales. Pasan los minutos: cinco, diez, veinte, no hay forma de precisarlos pues el tiempo cósmico es el que rige. Caigo en un extraño sopor que me lleva a otros sitios y otras emociones que guardo en mi corazón; la mano del curandero toca mi frente y salgo de mi dormitar al tiempo que miro al Oriente y un rayo de Sol nace entre las montañas, baña el altar y es ocultado instantáneamente por una nube: Tonatiuh (el Sol) ha dado la bienvenida a Quetzalcóatl.

   Nos dice la maestra Morena Monteforte: -La Tierra es un ángel que vuela en el espacio; que tiene como nosotros cuerpo, alma y espíritu; que ha producido sus minerales, sus vegetales, sus animales y sus hombres; y que produce continuamente, en cuerpos de energía, sus superhombres. La esencia de cada una de las humanidades que han pasado produce lentamente, en los siglos, los héroes, los superhombres o los dioses de un Olimpo generados por la Tierra, que solamente intervienen en la historia humana cuando la estupidez de los hombres o los cataclismos cósmicos o telúricos ponen en peligro la evolución del planeta. La única finalidad del hombre de la Tierra es intentar el proceso que puede transformarlo "de ánima viviente en espíritu vivificante". Sólo así será el héroe que podrá contribuir a la integración del superhombre. En todo el planeta las montañas sagradas de cumbre piramidal han sido siempre los templos de la Tierra. Sus masas de roca, homogéneas desde grandes profundidades, se convierten en antenas que condensan las fuerzas telúricas de los cuatro elementos y las fuerzas astrales que reciben por las cumbres. Rodeadas de bosques sagrados, encierran las cavernas en las que surge el agua pura de las tinieblas. Estamos recorriendo los ciento ochenta últimos años de nuestra Edad y de nuestra humanidad: la quinta de la Cronología Tradicional. Este período ha empezado en 1957 y terminará en 2012, lo que no significa un final sino un principio en ascenso del genio humano que se remonta definitivamente y coloniza nuestro espacio solar el año 2137. Todo lo que ha estado oculto debe salir a la luz. Es la promesa para estos días cuando los templos sagrados están abriendo sus puertas -dijo ella.

   Esos templos eran las montañas sacras que estaban rodeadas por bosques de encinas, de árboles tánicos. En Tepoztlán aparecen todos los elementos de la leyenda: el bosque sagrado, la montaña tallada, los monstruos que la guardan, el héroe que vence todos los peligros para llegar, la tradición que lo acompaña y el tesoro eterno que descubre ese héroe en el corazón de la piedra. El bosque sagrado, en esta región de Tepoztlán es una realidad histórica. Sabemos que se trataba de un bosque de árboles tánicos de una gran antigüedad, pues hay en la comarca fósiles grabados con las pequeñas hojas y ramas de esos árboles. Sabemos también que los españoles encontraron en el valle una industria floreciente: los indígenas curtían los cueros con el tanino de las encinas. El bosque rodeaba las montañas extendiéndose hasta Cuernavaca. Cuando Cortés preguntó por el nombre del lugar que había elegido para su asentamiento, los naturales no se lo dieron. Los invasores traían otra religión. Dar el nombre hubiera sido lo mismo que entregar a sus dioses. Dijeron "Cuauhnahuac", que significa "junto al bosque"; y esta palabra, que afirmaría para siempre la existencia de un extensísimo bosque de treinta kilómetros de diámetro, se fue transformando en "Cuernavaca, en la linde del bosque" sagrado destruido; desapareció con los sacerdotes y las procesiones, pero los dioses quedaron en los ritos nocturnos, en las rocas esculpidas y en el corazón de la sabiduría de vecinos de Tepoztlán que impiden la llegada al Tesoro a quien no debe llegar a él. El Tesoro nunca ha sido encontrado. ¿Cuál es ese tesoro misterioso y secreto, de tanta importancia? Dijo el Hermano Pedro: “El Tesoro es la sangre misma en el cuerpo vivo del hombre. La Tierra es un dios para los griegos y un arcángel para el pensamiento cristiano. Ha creado por sí misma, con la energía que la impulsa alrededor del Sol, sus cuatro reinos: mineral, vegetal, animal y humano, y crea, seguramente, su quinto reino de superhombres o dioses andróginos, en cuerpos de energía pura invisible e incomprensible para los hombres, en cuya imaginación no hubieran aparecido si no existieran”. Tradicionalmente en Tepoztlán la más alta expresión de la evolución de la Tierra es la sangre del ser más importante que ha producido en el mundo físico químico. Nuestra sangre es la síntesis de la evolución de sus cuatro primeros reinos. Si la sangre del hombre desapareciera, la Tierra tendría que comenzar de nuevo su evolución interrumpida. El Hermano Pedro dice: “Los dioses no pueden permitir que desaparezca el hombre sobre la Tierra. La única razón de la existencia de las humanidades que han sido y de las que serán es que son siempre el caldo de cultivo en donde nacen los dioses o en donde se produce una calidad de energía para esa finalidad. Una calidad de energía que también pertenece a los otros reinos, que aquí conocemos. El hombre transforma su cuerpo en espíritu, su materia en energía. Es la única forma en que puede terminar el largo camino que va del animal al superhombre. Vamos de animales vivos a espíritus vivos”.

   Es cierto que también para el sabio cristiano San Pablo la sangre es espíritu. En Tepoztlán, esta sangre eterna está simbolizada en el jade del corazón de la montaña sagrada Chalchiuhtepetl, llamada familiarmente “Chalchi”. En su interior reposa el chalchihuitl, la “piedra verde de la vida”. Cuenta la leyenda que el héroe Tepozteco al igual que Quetzalcóatl fue concebido cuando su madre halló en el suelo un chalchihuitl y guardándolo en su faja quedó preñada. Desde entonces el jade es el símbolo de la fecundidad de la Tierra, la continuación de la simiente humana. El símbolo del renacimiento que se sobrepone a la catástrofe inevitable. Lo que para el planeta es una sacudida necesaria, para los seres que pueblan sus tierras y sus mares es una verdadera hecatombe: puede desaparecer la humanidad y con ella la sangre del hombre. Incluso si la humanidad no desaparece, aunque se salven grupos humanos, la obra del hombre sobre la Tierra queda destruida y una nueva humanidad requiere algunos siglos para reproducirse y volver a establecerse dominando a los animales salvajes y a las fuerzas naturales. Nuestra quinta humanidad deberá también cumplir su destino. Quizás si esta vez lograremos estar instalados ya en otra estrella. Es cierto que el cuerpo de la Tierra tiene como el nuestro sus órganos internos y sus órganos de expresión externa. Vemos sus mares y sus ríos, sus desiertos y sus montañas, sus nieves eternas y la vegetación lujuriante de sus trópicos. No vemos su corazón pero conocemos sus volcanes y géiseres. No vemos nuestra alma pero la vivimos y la reflejamos en nuestras obras de arte. Lo que llamamos nuestra voluntad de imaginación en la Tierra somos nosotros mismos, su obra más perfecta. Gira sobre sí misma a mil seiscientos sesenta y seis kilómetros por hora y vuela alrededor del Sol a más de ciento cinco mil kilómetros por hora. No podemos saber cual es la velocidad del Sol que la arrastra por la Vía Láctea. En cuanto a nosotros, la Tierra es nuestra madre. Nada más natural que buscar en ella misma nuestros templos, aunque la Tierra misma es el verdadero templo. En ella está la fuerza que nos viene desde el nacimiento para acercarnos a esa perfección natural expresada en la inteligencia humana. La primera diosa de la Tierra es la diosa de la fecundidad. La segunda es la muerte. Aquí nacemos unidos a las dos grandes diosas que se cantan desde los mitos antiguos, son las dos santas mujeres de los mitos cristianos: la fecundidad que le da la vida, y la muerte que, desintegra en la tierra todo lo que pertenece a nuestro mundo, le permite superarlo y, en alguna medida hacerse inmortal al volver a ella. Entre tanto los héroes, nuestros superhombres de las artes, las ciencias, los deportes, en nombre de toda la humanidad realizan su obra a manera de ofrenda al poder humano, escribí en revista Vogue.

   "Tepoztlán" es el lugar donde hay mucho hierro o cobre, sus raíces etimológicas provienen de tepozt tli, "hierro o cobre", y tlan o "abundancia", significando "lugar donde abunda el hierro o cobre". También de su suelo brota especialmente el jade: el valle está en la ruta del jade. Dominado por dos volcanes piramidales el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, la mujer dormida, el valle de Tepoztlán conserva la memoria de reyes muy antiguos y los secretos y templos de una humanidad olvidada que fue barrida por el Diluvio anotado en la Biblia. Aquí se dice que el centro del antiquísimo México no desapareció bajo las aguas, y que las expresiones de la alta filosofía y la elevada religión que antes imperaban quedaron talladas en las montañas, defendidas de la destrucción conquistadora por un silencio sagrado, con su propia flora y fauna autóctona. La flora está constituida principalmente por bosques de pino encino, y se ven hermosos cañaverales que nacen libres de todas las quebradas, entre los que brotan una inmensa cantidad de flores que otros se dedican a contar y enumerar; lo común en su fauna la constituyen el venado cola blanca, mapache, zorrillos, ardillas, ratón de los volcanes, puma o león americano, codorniz Moctezuma, gallinita del monte, paloma bellotera, urraca azul, jilguero, mulato floricano, primavera roja, víbora de cascabel y víbora ratonera, ranas y lagartijas.

   Hoy, entrando en el siglo XXI, la población tepozteca es de poco más de 30 mil habitantes, que viven principalmente de la floricultura, complementada con actividades agrícolas y artesanales, comercio y servicios que prestan a la extraordinaria cantidad de población flotante, formada principalmente por artistas y bohemios que dan una rara atmósfera al sitio, pues se unen en extraña comunión a los arqueólogos y quienes vienen a “descifrar” los misterios de Tepoztlán: sitio fabuloso  entre otras cosas  por el conocimiento que del uso de hierbas medicinales mantienen sus vecinos, quienes las cultivan con riguroso cuidado entre las flores y las piedras. También son habituales los investigadores de extraterrestres que ubican en el sitio una confluencia de energías que lo hacen sitio asiduo de fenómenos, así como aquellos que llegan a visitar a sus “limpiadores” y brujos que en Tepoztlán son legendarios. Tepoztlán se conserva hoy como estaba en 1529, cuando asolaron los conquistadores. La familia sigue siendo el núcleo de convivencia a partir del cual se inicia la sociedad tepozteca, que comunalmente esta constituida por ocho grupos o barrios repartidos en el lugar, cada uno con sus propios líderes, castas sacerdotales, astrólogos y obreros. Son frecuentes aquí las celebraciones de festividades religiosas de fuerte tradición indígena, y cada barrio hace dos o tres fiestas anuales, en que destaca la que ofrecen a la deidad protectora del barrio.

   La festividad común a los habitantes es su popular carnaval, que se celebra cada año durante tres días (Domingo, lunes y martes previos al miércoles de Ceniza), cuando los mejores bailarines forman el espectacular grupo de Chínelos; hombres vestidos con túnicas de terciopelo bordado en chaquira que llevan magníficas máscaras con barbas de cerda y ojos ricamente pintados. Una de sus danzas, el brinco, la animan con música de tambores, flautas, gritos y silbidos que a uno le transportan a una escena viva de la colonia; otra de sus fiestas es conocida como la de Los Peregrinos de la Santa Cruz, el 3 de mayo, donde sobresalen los bailarines del grupo Los Costeños, provenientes del pueblecito de San Miguel Almaya del Estado de México. Durante la fiesta se llevan a cabo varias ceremonias. Se iza la bandera a hora temprana, hay misa a media mañana y se intercambian presentes entre las gentes de las localidades. Lo que más llama la atención es la danza callejera. Por ser muy fatigoso, el baile corre a cargo de los hombres y niños, que llevan un traje campesino blanco de algodón y un pañuelo o paliacate rojo atado al cuello; la fiesta une a gentes provenientes de toda la región que se intercambian presentes y bailan por las calles ofreciendo al público que aplaude su paso charolas llenas de galletas, tamales, golosinas y un rico licor de flores originario de Tepoztlán que todos reciben con alegría; la celebración culmina con la "quema del castillo", que es un espectacular palacio, homenaje a la imaginería popular, perfectamente construido con cañas en cuyo interior va depositada la pólvora que se incendiará poco a poco y consumirá todo en llamas: de las cenizas del incendio nace el buen augurio que aleja el mal allegando el bien que todo lo sana.

   El siglo XVI impregnó con su arquitectura religiosa a Tepoztlán. Uno de los edificios más representativos es su Ex Convento e Iglesia de los Dominicos: en estado de restauración desde hace años, el inmueble dominico hoy cumple funciones muy importantes en el pueblo, se ha convertido en el centro cultural más importante de la región, con un Museo Histórico, un Centro de Documentación y una librería muy bien provista. El conjunto arquitectónico de estilo medieval, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1994 por la Organización Mundial para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), se compone de la parroquia, dedicada a la Virgen de la Natividad, el atrio (capilla abierta con sus cuatro capillas posas) y el convento, que es resguardado desde 1939 por el Instituto Nacional de Arqueología e Historia de México (I.N.A.H.). Hasta ahora se ha restructurado, limpiado e integrado la pintura mural de la planta baja, destacando el salón De Profundis, se adaptó la cocina como librería, y se limpió el portal de peregrinos. En lo que fuera el claustro alto se recuperó el mirador, se adecuaron las celdas que ocupan el Centro de Documentación y el Museo Histórico, donde se exhibe la historia de la región con piezas y temas que la comunidad recopiló a través de encuestas vecinales. Estructuralmente el inmueble se encuentra en buen estado, se ha atacado la humedad, resanado e impermeabilizado las bóvedas, aplanado las paredes con técnicas antiguas y materiales similares, como la baba de nopal y arcillas de tierra de la zona. Entre las formas y figuras que se observan en las paredes del Ex Convento, pintadas en diversas etapas, están los anagramas de la orden dominica y la Virgen María, las imágenes de Fray Domingo de la Anunciación, figuras fantásticas vegetales que son como flores con vida propia y animales plasmados en rojo y negro, e incluso siluetas de soldados dibujadas durante la Revolución. Es un recinto espléndido; en la lectura propia a los muros se sienten los 400 años de su historia, que en Tepoztlán es hablar de ayer. Sin embargo, hasta 1934, cuando el I.N.A.H. interviene, no existían archivos históricos sobre Tepoztlán, y el equipo multi disciplinario del Ex Convento ha continuado hasta ahora la tarea de recopilar la historia del pueblo, a través de la memoria oral y la investigación de archivos rescatados, buscando incentivar las investigaciones y crear un acervo sobre la historia, antropología y literatura de la localidad. Se pueden ver materiales donados por la comunidad, reproducciones de textos históricos, artículos y libros rescatados de diversas bibliotecas públicas y particulares acerca de los pueblos del municipio, muebles, trajes de danza, así como fotografías. La biblioteca cuenta con una confortable sala de lectura con vista a las montañas, para que el visitante disfrute de la historia tepozteca. Cerca de 10 mil visitantes, entre grupos escolares y público en general, acuden mensualmente al Museo Histórico, inaugurado en noviembre del año 2000. A través de cinco salas pueden conocer el hábitat y la población; la economía; la vida cotidiana; la religiosidad popular y las fiestas sacras de la comunidad, con la guía de alguno de los promotores culturales, jóvenes de la localidad capacitados para atender visitantes. La ordenada museografía es de Víctor Hugo Jasso, con guion de Marcela Tostado Gutiérrez, escrito en primera persona para que el público se lleve una idea del lugar que visita desde la perspectiva de los tepoztecos.

   Desde las puertas del Ex Convento hasta el zócalo se instala el mercado o tianguis, se realizan las concentraciones políticas o religiosas, los actos culturales y todo cuanto relaciona a los vecinos. Especialmente los días domingo y miércoles, cuando hay mercado, y se ve repleto de campesinos, moradores del pueblo y de sus cercanías. Acuden ahí a vender sus productos del campo, artesanías hechas en piedra y madera, bordados, tejidos y una increíble variedad de frutas. Los artesanos de los alrededores vienen a pie, a caballo o en camiones transportando su mercadería. La gente de la región ofrece sandalias o huaraches de piel finamente curtida y artesanal, también bolsos y otros trabajos manuales en piel. Vemos bellos trabajos en tejido de junco, cestos, abanicos, petates, juguetes muy graciosos y absolutamente inofensivos para los niños. Se ven grandes canastas repletas de semillas y toda clase de productos agrícolas. Otros artesanos ofrecen una gran variedad de caprichosas esculturas hechas a base de raíz de árboles: tienen una marcada similitud con otras que he visto en los pueblos costeros chilenos hechas con corales y raíces de cochayuyo y otras algas marinas; sin embargo, aquí en Tepoztlán no se ve producto alguno del mar. En otro sector del tianguis se amontonan animales diversos como terneros, ovejas, gallinas, pavos e iguanas. Lugar importante ocupan los vendedores de hierbas, que las expenden con finalidades específicas, y siempre con humildad y gentileza inclinados a explicar detalladamente la función y preparado de cada planta. Aprendo de Doña Pamela y su hija Pamela Segunda, expertas en plantas y vecinas del Hermano Pedro: durante varias horas con la mayor dedicación me permiten tomar notas y fotografiar algunas de sus plantas, que son un centenar; vaya en recuerdo de la amabilidad de los pueblos mesoamericanos esta mención escasa a Doña Pamela y Pamela Segunda, sabias tepoztecas.

   Además de lo que se ve en el mercado, el comercio en Tepoztlán tiene otro lugar de referencia: pequeñas tiendas selectas, donde se expenden objetos y artesanías elaboradas en plata, obsidiana y jade. Aquí encontramos una relación constante entre el hombre y la piedra. Se repiten las antiguas tradiciones en las que las piedras son los huesos de la tierra y se convierten en hombres para poblarla. Nos dijo el Hermano Pedro: “Todos los grupos humanos que se salvaron del Diluvio universal salieron de las cavernas de piedra en las que se albergaron, pero esta no es la única razón para la creencia de que los hombres se vuelven piedras y de que la piedra adquiere vida humana o tiene vida en si misma. En lo más hondo de estas tradiciones está la realidad alquímica: la tierra es para nosotros, con sus cuatro elementos, la fuente de la vida. Los minerales no solamente tienen vida sino son bisexuados. El proceso alquímico producido por el alquimista, es, abreviado, el proceso natural de los minerales que, bisexuados, se unen y engendran como los vegetales y los animales, pero en condiciones subterráneas y en un largo plazo, que hacen casi imposible la observación científica del fenómeno. La piedra de vida es siempre el jade en las tradiciones mexicanas”. El jade es, según anota el doctor Gutierre Tibón, “el Chalchihuite, es la piedra verde que se identifica con la diosa del agua viva, Chalchiuhtlicue, "la de la falda de jade"; es obviamente una piedra viva, como el agua que representa. El agua y el Sol hacen crecer la vida en la tierra. El chalchihuite debía calentarse al Sol. Los pochteca (mercaderes espías) calentaban al Sol todas las cosas preciosas, las quemaban al Sol; el jade especialmente. Estas piedras las usaban, como hasta ahora, las curanderas y brujos, pero también la gente del pueblo las calentaba acercándolas a su corazón. En un confesionario, en lengua náhuatl, el cura preguntaba: "¿Posees piedras verdes, o ranas hechas de jade?", para requisarlas. El jade tiene poder, es conductor de energía solar aun cuando el sol no alumbra. En Tepoztlán algunos vecinos tienen colecciones de huesos humanos que en partes se han convertido en jades, estas piedras de vida ya como huesos de la tierra que se transformaron en hombres, ya como jades que llevaban en sí las fuerzas vitales que eternizan los huesos de los antepasados. La creencia de que los hombres se vuelven piedras está muy arraigada entre los vecinos: una roca en forma de falo recuerda a los compadres que cayeron en tentación y fueron petrificados por la divinidad. La creencia de la piedra que adquiere vida persiste en varios grupos indígenas como los tepehuas, que atan los metates para que no se vuelvan tigres, pero siempre es el jade la piedra que tiene una vida más intensa y visible en el reino de Tepoztlán. Los vecinos dicen que la hierba medicinal crece mejor donde están enterrados los jades porque producen una exhalación fresca y húmeda. El jade no solo tiene vida: comunica la vida, representa un papel sagrado en dos concepciones fundamentales del mundo Náhuatl. La primera, la del propio Quetzalcóatl, inventor de la escritura y el calendario, asociado con el planeta Venus y con la resurrección, como anotamos nacido del trozo de jade que entra en su madre, y también la de su descendiente, el héroe Tepozteco que nace también santificado (si es que se puede decir así) por el jade que también preña a su madre al guardarlo en su cinturón. Para que una deidad adquiriera vida se le colocaba un chalchihuite en el corazón, en una cavidad expresamente cincelada para alojar el jade. En Tepoztlán se dice que las esculturas fueron seres vivos hasta que un ladrón sacrílego robó el chalchihuite: hoy los ojos vacíos de las esculturas indican que todo el jade ha sido robado de las figuras talladas.

   Apoyado por el tianguis los días miércoles y domingo es cuando el pueblo está colmado de visitantes que van por el día; para quienes desean quedarse existen varias alternativas. Destacan un hotel de estrellas, el Tepoztlán, para el que se pueden hacer reservaciones en cualquier agencia de viajes, y la Posada del Tepozteco, que cuenta también con todo tipo de servicios y tiene el encanto de haber sido construida con piedras. Hay un albergue muy especial: Las Cabañas, ubicada en la parte alta, que tiene el mérito de haber albergado, entre otros, a Pablo Neruda, Oscar Lewis y Diego Rivera, dan excelente servicio y es más económico. La comida en el pueblo es un referente indispensable en las guías gastronómicas mexicanas; enfrente de la Biblioteca publica, en la calle 5 de mayo, se encuentra el Catarinas, un restaurante vegetariano que ofrece algunos platos preparados con hierbas que sólo se dan en la región, también ofrecen una amplia carta con recetas a base de flores (me hice adicto a las flores de calabaza, un plato exquisito como sea que se prepare). También se han instalado a partir de la década de 1980 algunos restaurantes orientales, como el Lhasa Tíbet en la calle J. Guadalupe Rojas, que ofrece varias posibilidades vegetales. Para elegir entre diferentes platillos mexicanos, está el Bistro, a un costado del convento: este local pertenecía a la iglesia, pero desde 1957, cuando se separó la Iglesia del Estado en México, pasó a ser propiedad privada y es así como hoy el atrio se convirtió en un íntimo restaurante, con especialidad en carnes a las brasas, exquisitas aunque menos económico. Bordeando el mercado hay varios lugares en que se puede comer por muy poco dinero, y todos muy limpios: en el María Isabel ofrecen "codornices recién capturadas en el cerro", las que se pueden probar los fines de semana (son algo más sabrosas que el pollo pero mejor son vivas surcando libres los aires).

   También las fiestas y el Tianguis son ocasión propicia para que circulen las noticias mano a mano en panfletos rigurosos. En uno de los que llegó a mi se lee un llamado “Manifiesto de Tepoztlán”, anunciando una conferencia del investigador peruano Daniel Ruzo en el Kiosco de la Plaza. El escrito anuncia que se pretende “reunir espiritualmente a los seres humanos que están ya convencidos: de que una humanidad, tan importante como la nuestra, fue raída de la faz de la tierra por un desplazamiento de las aguas del planeta; de la necesidad de ubicar los bosques sagrados, las montañas sagradas y las cavernas subterráneas, donde esa humanidad utilizó las fuerzas cósmicas y telúricas para devolver a los hombres el equilibrio físico y sicológico; de la necesidad de descubrir y habilitar esas cavernas, que hicieron posible durante el cataclismo de Noé la salvación de algunos grupos humanos escogidos y entrenados para realizar una misión: la salvación en ellos de la simiente humana; de la necesidad de salvar los mitos, las leyendas, los conjuntos simbólicos, las nociones del tesoro y las concepciones de los libros sagrados: la revelación tradicional, que heredamos y debemos entregar a una nueva humanidad; de que ese acervo es indispensable en cada humanidad para la salvación del héroe: el hombre que llega a ser superhombre: Se reunirán así, aunque no lleguen a conocerse nunca, todos aquellos que consideran con angustia el futuro y que buscan, en la más antigua sabiduría y en las profecías, la salud y la salvación para pequeños grupos humanos en el mundo físico. Contribuirán también a la preparación sicológica de los elegidos. Solamente esta unión para tan altos fines puede dar sentido a nuestras vidas ante catástrofes cíclicas inevitables".

   El ufólogo de Tepoztlán José María Vásquez nos dijo: “El hombre existe solamente para que exista el superhombre. Las mitologías, los libros sagrados, los cuentos mágicos y las leyendas de los pueblos, afirman en todos los idiomas, en los últimos cincuenta siglos, la existencia real del superhombre. El hombre es el animal más evolucionado del mundo físico visible en el planeta que habita. Y hasta hay quienes creen en verdad que es el rey de la creación. Con mayor modestia, hay quienes afirman que la vida antropomorfa no es única, porque los reinos de la tierra existen porque son etapas de la evolución de la vida en el mundo físico visible; son los cuatro reinos de la creación: mineral, vegetal, animal y humano. Tenemos que aceptar no solamente humanidades anteriores en nuestro planeta sino millones de humanidades en el Universo sin que sea necesario que se parezcan a nosotros. El reino humano se desarrollaría en cada astro, en un periodo de su historia, de acuerdo con su gravedad, su presión, su temperatura, su atmósfera y sus elementos. Estará condicionado ese reino inteligente al astro que le da vida y a los astros que lo rodean. Entre una humanidad y otra puede haber mayor diferencia que la que hay entre una hormiga y un elefante. Sus cuerpos pueden ser de metales o de gases, o de materia desconocida para nosotros, pero no de pura energía, aunque exista energía en todos ellos. Existiría un quinto reino de superhombres con nuestra forma humana en cuerpos de energía, invisibles para nosotros pero viviendo entre nosotros así como en todas las otras estrellas habitadas. Son nuestros dobles, los otros del mundo bizarro. Sus finalidades nos sobrepasan como sobrepasan las nuestras la comprensión de los animales que nos rodean. Este mundo que existe de superhombres, en cuerpos de pura energía, invisibles para nosotros, son mejores por no estar limitados a un cuerpo físico. Su conciencia, su amor y su alegría, hacen imposible nuestra relación con ellos. Intervienen solamente para que se cumpla el destino de la Tierra, cuando las convulsiones cíclicas de nuestro planeta destruyen una humanidad. Deben velar para que pase la sangre del hombre de una Edad a otra. Dentro del reino humanoide tenemos que aceptar la posibilidad de tantas especies de seres superiores al hombre común como hay especies diferentes en nuestro reino animal. Fue necesaria la evolución mineral para hacer posible la evolución vegetal y ésta fue indispensable para la evolución animal sin la que el hombre no podría tener los maravillosos órganos que nos integran. Por eso, aquí en Tepoztlán nos parece posible que puede ocurrir esta transmutación en nuestro reino humano común. De él tiene que nacer el otro reino: el reino de los dioses. Repitamos: el hombre existe solamente para que exista el superhombre. El que nos espera al otro lado de la muerte. Mejor que nosotros, con una clase finalizada. El superhombre del que han hablado todas las religiones y todas las mitologías porque vive al lado de nosotros. He ahí la humanidad de superhombres que va formando nuestra Tierra en el curso de milenios. Todas nuestras humanidades han sido, son y serán la base para el superhombre. El progreso de las humanidades es muy lento sobre el planeta. La finalidad humana no es progresar en el mundo físico: es la conquista de una conciencia unificada y de una posibilidad mínima de amor verdadero. La unión de la conciencia y del amor le da a nuestra humanidad su razón eterna. En el fondo de nosotros mismos, y es lo que nos da la razón de ser, sabemos que existe la certeza de que podemos contribuir a la formación de los dioses. La leyenda misma que se preserva en Tepoztlán, superando las posibilidades del hombre de la Tierra en su proyección más allá, es una afirmación del superhombre. En la mitología hay dos categorías de dioses: los que podemos llamar universales, anteriores a la Tierra, y los que están íntimamente relacionados con la vida del planeta. Estos son los dioses de la Tierra que tienen un lugar ideal en el Cielo, otro junto a los hombres y un tercero en la civilización subterránea de la que muy pocos saben. Todos están sujetos en cierto modo a los dioses universales. La mitología ha sido una síntesis de la ciencia y un velo transparente de la existencia real de un hombre mejor; a pesar de nuestra vida efímera, nos une a la inmortalidad de la Tierra esta afirmación del superhombre. Esa es una singularidad de las fiestas religiosas y carnavalescas de la aldea: todo canta a la grandeza del hombre, a la inmortalidad del Tepozteco que cada uno llevamos dentro”.

   Así, en todas sus fiestas aflora el sincretismo de las costumbres anteriores unidas a las condiciones que comenzaron a imperar luego de la Conquista, y lo hacen en una forma dual de ver el mundo, extraña mezcla de hechizos y electricidad, de brujería y ciencia; en Tepoztlán todo permanece, aunque disfrazado, las cosas se hablan de boca a oreja para preservar en silencio los mitos y leyendas y evitar que muera la región en la memoria de las gentes, quienes dicen que todo nuestro planeta tiene una única tradición heredada de las humanidades anteriores a la nuestra, cuyos vestigios han quedado según las voces de la imaginación colectiva en los terrenos altos, cuya geografía preservó de las aguas. Y recién, después de muchos siglos, se va levantando el vapor que las cubría despejando noticias sobre esos míticos antepasados que emergen de un mundo mágicamente olvidado: su estado de ánimo es de canto de bienvenida a una raza de jade que despierta a la vida.

   Otra vez en Tepoztlán, viviendo la hospitalidad de amigos, por un cruce de caminos conocí mejor al investigador peruano Daniel Ruzo, a quien había oído antes hablar desde el Kiosco. Luego publiqué en Vogue: “Abogado recibido en la Universidad de San Marcos de Lima, “miembro de la masonería”, poeta, teósofo, especialista en criptografía y en el profeta provenzal Miguel Nostradamus, Daniel Ruzo ha sido alcalde de Miraflores y es una personalidad en Perú, respaldado por varios reconocimientos internacionales recibidos por sus investigaciones. En unas pocas horas de conversación, apenas podemos enterarnos de sus varias décadas de investigaciones sobre prehistoria, toponimia, geología, cronología, religiones comparadas, simbología y muchas otras disciplinas, que le han llevado a dar conferencias en La Sorbona de París y en la Academia Nacional de Ciencias de México acerca de su mayor desafío: probar sin lugar a dudas que una humanidad tan importante como la nuestra fue borrada de la tierra por un desplazamiento de las aguas del planeta: en búsqueda de esos restos es que está en México, donde pudimos conversar con él. Ruzo repite varias veces la frase de Copérnico: "No exijo que mi tesis se considere verdadera, ni siquiera verosímil, sólo pido que sea considerada como hipótesis".

   Es verdad que después de conversar con nuestros anfitriones y los vecinos siempre amables y dispuestos, mis amigos, luego de hablar con investigadores como Daniel Ruzo y oír su discurso y luego de ver Tepoztlán, de admirar las imponentes formas de los cerros de toba basáltica que rodean todo con sus figuras cercanamente insinuantes, uno medita necesariamente observando estas rocas y tallados y piensa en un mundo perdido bajo las formas ocultas. La hipótesis de Ruzo, cada día más aceptada a nivel científico, trae a la realidad actual de México un pasado mágico de una humanidad desaparecida que en Tepoztlán parece vivir a flor de tierra. Nos dice el investigador peruano: -Tepoztlán es punto de convergencia de fuerzas electromagnéticas que parten de ambos polos terrestres. Estas fuerzas producen reacciones químicas tangibles en los organismos vivos y afectan a los seres humanos en diferentes formas, dependiendo de muchos factores. En la actualidad diversas agrupaciones ocultistas se reúnen regularmente en el poblado, atraídas, literalmente, por la energía que se concentra en este sitio. Pero la realidad del valle va más allá del puro esoterismo, la fantasía y los contactos extraterrestres. La posibilidad de que seamos descendientes de las razas atlantes que se salvaron de una catástrofe de proporciones gigantescas se hace aquí más tangible a medida que avanza el tiempo. Los hallazgos arqueológicos en todo el mundo parecen confirmar lo que la mitología de los pueblos antiguos, desde los egipcios a los mayas, ha insinuado a través de siglos de comunicación ininterrumpida. El hecho de que la historia de la Atlántida fuese por miles de años considerada como una fábula no prueba nada. Existen aquellos que no creen en nada a causa de su suprema ignorancia, al igual que existe el escepticismo que nace de la inteligencia. Aquellos que se encuentran más cerca del pasado no son siempre los que están mejor informados sobre ese mismo pasado. Durante mil años se creyó que las leyendas de las ciudades enterradas de Pompeya y Herculano eran mitos: se les nombraba como "las ciudades fabulosas". Durante mil años el mundo civilizado ignoró los relatos de Herodoto sobre las maravillas de las civilizaciones del Nilo y de Caldea. Él fue apodado "el padre de los mentirosos". Incluso Plutarco se rió de él. Hoy, su detallada información sobre Egipto y el Asia Menor es apreciada por todos los geógrafos. Mientras mejor se le entiende, más acertado lo hallamos. Hubo un tiempo en el que se dudó de la veracidad de la expedición enviada por el faraón Neko para circunnavegar África. Hoy sabemos que los navegantes egipcios cruzaron el Ecuador y se anticiparon 2100 años a Vasco de Gama en su descubrimiento del Cabo de Buena Esperanza. Por último, hay que recordar que las pinturas rupestres, incluyendo las de las cuevas de Altamira, fueron negadas durante muchos años, como se ha negado la realidad de estos cerros que cobijan a Tepoztlán y su apariencia casi irreal, que ocultan en su seno un profundo misterio que siente quien puede llegar al lugar, porque a Tepoztlán no todos pueden llegar: sólo vienen quienes son invitados, se dice. Las leyendas de este lugar son corroboradas por la toponimia. Las primeras fueron tergiversadas o acalladas para ocultarlas de los conquistadores españoles; pero muchos de los nombres que aún sobreviven en la región son testimonio de la enorme importancia que las montañas sagradas habían tenido y continúan teniendo para los tepoztecos.

   Es lógico el profesor Ruzo, también creo que muchos nombres antiguos en Tepoztlán deben haberse perdido cuando llegaron los españoles. El nombre es una realidad mágica. Si se tiene el nombre se puede evocar al personaje o a su montaña. Es seguro que no dieron a los españoles los nombres verdaderos. Fue un primer paso para que cayeran en el olvido. Sin embargo, un trabajo muy importante sobre la toponimia de las tres montañas principales ha sido realizado por diversos investigadores. Hemos podido apreciarlo debido a la gentileza del vecino profesor José Aranda Oliveros, en un mural que decora el edificio que habita, en el que hace algún tiempo funcionó un colegio. Se presentan allí, en círculo, alrededor del plano de Tepoztlán, leyendo igual que en la piedra del sol, el círculo comienza por la parte superior y de manera inversa a las manecillas del reloj, veintiocho símbolos de otros tantos "cerros".

   Al pie de ellos vienen veintisiete nombres, en el orden siguiente: 1. Cuauhnectepetl, cerro de la Miel. 2. San Pedro. 3. Chalchiuhtepetl (el famoso Chalchi), cerro Precioso. 4. Hueytlatengo. 5. Tequezcontitia, Siete Hoyadas. 6. Tequimilpa. 7. Tzematzin, Hombre y Mujer, Dos Cuates, roca doble. 8. El Platanar. 9. Tlamintepetl, Fin de la Sierra. 10. Atlaxomulco. 11. Yohualtecatl, cerro de la Noche. 12. Chicheo. 13. Huilotepetl, cerro de la Paloma. 14. Otiayotepetl, cerro de las Muchas Veredas, de los Otates. 15. Meztitlán. 16. Tzinacantemoyan. 17. Chicuacemac, cerro de las Seis Manos. 18. Temazatitlán. 19. Malinalapan, cerro Verboso, de las Cascadas. 20. Tlahuiltepetl, cerro de la Luz. 21. Yehecatepetl, cerro del Aire. 22. Tepoztecatl Itzacuatl, casa del Tepoztecatl. 23. Axitlán. 24. Ocelotepetl, cerro del Tigre. 25. Tlacatepetl, cerro del Gigante, estatua del Tepozteco. 26. Cuachiauacán. 27. Cuayahualoitzin, cerro de la Cabeza Redonda.

   Es verdad que en la aldea es un asombro ver las esculturas protohistóricas que adornan los cerros del valle, y que poseen una particularidad: sólo pueden ser distinguidas desde un punto exacto, a cierta hora del día y en determinados momentos del año. Sus perfiles se conforman con el juego de las luces y las sombras. Nos dijo Daniel Ruzo que así es generalmente en todo el planeta en las construcciones rescatadas de sitios arqueológicos donde existieron civilizaciones. La mejor época para fotografiar Tepoztlán tiene lugar en diciembre y enero. Desde el kilómetro 68 de la carretera que une a Cuernavaca con la ciudad de México, se aprecia el cerro más importante de los tres conjuntos de montañas que cercan a Tepoztlán: el Chalchiuhtepetl, el Cerro del Tesoro. Nos dijo el profesor Ruzo: -Desde la carretera el Chalchi muestra su cumbre de forma piramidal, casi idéntica a la de la Montaña Occidental que está protegiendo las tumbas de los faraones egipcios en el Valle de los Reyes. En todo el planeta las montañas sagradas de cumbre piramidal han sido siempre los templos de la Tierra. Sus masas de roca, homogéneas desde grandes profundidades, se convierten en antenas que condensan las fuerzas telúricas de los cuatro elementos y las fuerzas astrales que reciben por las cumbres. En su interior encierran la caverna en la que surge el agua pura de las tinieblas que ayuda a los hombres a recuperar la salud física, como en Lourdes, y el equilibrio sicológico. Estas cavernas estaban preparadas para proteger la vida de un grupo de parejas escogidas cuando un cataclismo amenazaba al planeta, y guardaban las semillas y los animales domésticos necesarios para que una nueva humanidad pudiera perpetuarse en un planeta devastado. Ese es el tesoro que alberga el Chalchi en su caverna: Un plano secreto y un sistema de mitos y leyendas oculta la entrada de su caverna. El mismo sistema conduce al que ha sido señalado para esa misión, al fin de una edad o humanidad, cuando la apertura del templo es necesaria. Según la leyenda, Quetzalcóatl, quien dio sus primeros pasos en Magdalena Amatlán, pequeño poblado de la municipalidad de Tepoztlán, bajó al infra mundo convertido en perro para sacar los huesos viejos de la Tierra y así repoblar al mundo. El mito del nacimiento de este rey dios tiene mucha semejanza con el del nacimiento de Tepoztecatl, deidad principal de Tepoztlán, y el de Huitzilopoxtli, el dios como oscuro espejo humeante: todos nacen en forma andrógina, de una madre virgen. Para acrecentar el misterio del Chalchi, ciertas fotografías lo muestran como la efigie de un gigante apretando entre sus poderosos brazos al perro de tres cabezas: es el Can Cerbero, el guardián de las puertas del infra mundo que se deja ver a la hora del atardecer.

   Anoto, ahora, que otro de los cerros importantes de Tepoztlán, es el Tlacatépetl, que visitamos con el maestro Andrés Bello Gómez, a quien me une la calidez del amigo y a quien relaciono con este sitio que cobija una roca de sesenta metros de altura conocida como el Cerro del Hombre. Su masa imponente ha sido tallada por desconocidos artistas en la roca natural, así como la base en que se asienta plagada de escritura sin descifrar hasta ahora. Atrás de este cerro, a la izquierda del observador, está el Cerro de los Vientos, conocido también como Cerro del Ocelote. El cerro mayor, a la derecha del observador de la estatua, es el Cerro de la Luz. Dice el profesor Ruzo que este nombre nos hace relacionar a Tepozteco, cuya estatua forma el Tlacatépetl, con Quetzalcóatl: “ambos son dioses del viento y ambos se inmortalizan en la luz reflejada del lucero de la mañana. Su estatua cambia cuatro veces de expresión en las diferentes horas del día y una gran parte del año está cubierta de vegetación. Esto ha contribuido a preservar su secreto durante los últimos cinco siglos. Toda la leyenda de Tepozteco, rey de los atlantes anteriores al diluvio, está viva en las rocas circundantes. El artista protohistórico que esculpió su efigie, esculpió muy cerca de él, a su derecha, el cofre del tesoro de que habla la leyenda y a la comitiva que lo transportaba. El hombre de su guardia que porta el cofre va uniformado con una escafandra que le permitía seguramente viajar por los aires, a grandes alturas. Cerca de este último, a más altura, se aprecia claramente la forma de un platillo volador del que acaba de desembarcar”.

   Esto puede a simple vista parecer fantasioso, pero las narraciones que hace el investigador peruano Daniel  Ruzo mientras vemos las rocas talladas nos parecen racionales: si uno ve los tallados y le oye explicarlos, es creíble. En la meseta de Marcahuasi, en el Perú, el mismo profesor Ruzo descubrió, a 4000 metros de altura sobre el nivel del mar, como narramos en nuestra visita al sitio arqueológico, representaciones talladas en pórfido diorítico blanco de dos personajes que llevan escafandras idénticas a la utilizada por la efigie que se encuentra en Tepoztlán. Vemos el material fotográfico que nos ayuda a descubrir el natural  y nos parece una excepcional coincidencia. Dice el profesor Ruzo: “La mitología y las leyendas de los diversos pueblos del planeta no son sino una sola. Todas provienen de la misma raíz. A medida que avanzan los descubrimientos arqueológicos, nos damos cuenta de que los mitos son falsos sólo en su expresión textual, pero verdaderos en lo que quieren decir. La mitología fue una expresión de todos los conocimientos espirituales, mágicos y físicos de una humanidad desaparecida y que ha llegado incompleta y desfigurada hasta nosotros. La existencia de un continente formado por islas, el cual se hundió en el seno del Atlántico a causa de una terrible catástrofe, ha sido suficientemente probada por múltiples investigadores. Su relación con Tepoztlán, centro del antiquísimo México, país atlante que barrido por olas formidables no desapareció bajo las aguas, al igual que las zonas altas de Los Andes Sudamericanos, Perú, Bolivia y Chile, donde hay sitios similares en la familiaridad es clara; la hallamos incluso en los nombres. Varios científicos mexicanos y otros extranjeros, como Bancroft, han dictaminado que los toltecas comenzaron sus migraciones desde un punto de partida llamado Aztlán o Atlán. Este no puede ser otro que Atlantis o Atlántida. El hogar original de los nahuatlacas era también Aztlán. Los aztecas afirmaban por su parte haber venido originalmente de Aztlán. Su nombre, aztecas, es derivado de Aztlán. En el Popol Vuh de los Mayas se habla asimismo de Aztlán y de que estaba ubicado hacia el Este. Esta leyenda apunta hacia el Oriente, es decir, hacia el Océano Atlántico, como punto de origen de estas razas. Quizá sea por eso que la gran mayoría de los templos prehispánicos, al igual que las iglesias católicas construidas sobre ellos, estén orientados en esa dirección. En Tepoztlán, casi todas las iglesias y capillas están orientadas hacia el Este. Por lo demás, las palabras Atlas y Atlántico no tienen una etimología satisfactoria en ningún lenguaje europeo, no son griegas y no se les puede asociar con ningún idioma conocido del Viejo Mundo. Sin embargo, en el idioma náhuatl, que hablaban los tlahuicas de Tepoztlán, hallamos inmediatamente el radical atl, que significa agua, guerra y la punta de la cabeza. De ahí parten una serie de palabras como atlán  a la orilla o en medio del agua  de donde viene el adjetivo Atlántico. También tenemos atlaca, que quiere decir combatir o agonizar; también significa lanzar o arrojar desde el agua, y en pasado forma la palabra Atlaz. Desde la desaparición de la Atlántida, sus vestigios, como los que encontramos en Tepoztlán, son escasos y se hallan muy erosionados. Por otra parte, las teorías simplistas acerca del origen del hombre civilizado, preconizadas por las universidades que desean hacernos creer que durante cuarenta mil años fuimos "primitivos" y en siete mil años llegamos a la luna, hacen difícil la propagación y la investigación adecuadas de esta fascinante cuestión, que es la respuesta a una pregunta crucial: ¿Está nuestra civilización también destinada a desaparecer?”.

   El profesor Ruzo es convincente en sus juicios; es cierto que varios libros antiguos citan la anécdota: en sus “Comentarios” Platón nos habla clara e inequívocamente sobre la historia de la Atlántida, tal y como le fue narrada a su antepasado Solón cuando éste visitó Egipto, 600 años antes de la era cristiana, citando que los sacerdotes egipcios de Sais hablaron así a Solón: "Ustedes no tienen antigüedad en su historia y no tienen historia de su antigüedad. Y he aquí el porqué de esto: Han habido, y habrán otra vez en el futuro, muchas destrucciones de la humanidad causadas por muchas razones. Los cuerpos celestes cambian sus cursos y causan una gran conflagración en la Tierra que ocurre a intervalos muy grandes de tiempo. Cuando los dioses purgan a la Tierra con un diluvio de agua, sólo permiten que se salven aquellos que carecen de intelecto y educación; así, la humanidad debe comenzar de nuevo como si fueran niños, sin ningún conocimiento de los tiempos pasados".

   De Tepoztlán, también hemos conversado al respecto con el investigador mexicano doctor Octavio Barona, quien afirma que no es dudoso que las esculturas gigantescas protegidas por la vegetación sean vestigios de una civilización espléndida Nos dijo: -Con respecto a la cosmogonía de México, un documento mexicano ofrece valiosa información. Se trata del Códice Vaticano, que lleva el nombre de la biblioteca donde se encuentra, no sabemos por qué. Este consiste de cuatro cuadros simbólicos que representan a las cuatro edades del mundo anteriores a la nuestra. Fueron copiados en Cholula de un manuscrito antiquísimo y son acompañados por el comentario de Pedro de los Ríos, un monje dominico que, menos de cincuenta años después de la llegada de Hernán Cortés, se entregó por completo a la investigación de las tradiciones indígenas. Tradicionalmente nosotros sabemos que vivimos el quinto Sol, que terminará como el cuarto: destruido. Diversas leyendas de una misma catástrofe son recurrentes en América. Una simple comparación entre la leyenda que narra el Códice Vaticano y la historia del Diluvio contenida en el libro Maya Popol Vuh llevan a una inevitable conclusión: ambas son únicamente dos versiones de un mismo evento. Fernando de Alva Ixtilxóchitl rescata así la leyenda tolteca sobre el Diluvio: "Encontramos en las historias de los toltecas que esta edad fue destruida por tremendos rayos y lluvias que cayeron del cielo, y toda la tierra, incluyendo las montañas más altas, fue cubierta y sumergida en las aguas; aquí, ellos agregaron otras fábulas sobre cómo los hombres se multiplicaron a partir de los pocos que sobrevivieron a la destrucción en un "toptlipetlócali", que significa "cofre cerrado" -termina diciéndonos el doctor Barona.

   La Cronología Tradicional, según la nombra el profesor Ruzo, ha permitido ubicar la historia de esas humanidades de la época anterior a la historia, como los constructores de Tepoztlán, y de las catástrofes que las hicieron desaparecer de la faz de la Tierra. Escribió él: “Hesíodo, en Grecia, habla de cuatro humanidades y denomina a la nuestra como la quinta. El Calendario Azteca las representa como cinco soles y hace especial énfasis, por la profusión de signos, en el modo en que desaparecieron. También en la Biblia cristiana está consignado el recuerdo de estas cinco humanidades y de los elementos que las destruyeron, desde Génesis Seis cuando anuncia el Creador que barrerá todo el planeta con las aguas, anunciando traicionado: “Voy a borrar de la superficie del suelo desde hombres hasta animales domésticos, hasta animal moviente y hasta criatura volátil de los cielos de la Tierra, porque de veras que me pesa haberos hecho”. Y envía las aguas que destruyen la última civilización de acuerdo a a cronología tradicional, basada en la marcha retrógrada del Sol sobre la eclíptica y la división de esta línea en doce partes. Heredaron esa cronología todos los pueblos de nuestra quinta edad que corresponde al quinto Sol, que seca la Tierra y la revive hasta ahora. El tiempo de cada edad o humanidad transcurre durante el recorrido del Sol por cuatro sectores zodiacales. Cada humanidad nace, vive y muere dentro de ese tiempo astronómico. Cuatro humanidades han expresado su vida sobre nuestro planeta en cada vuelta del Sol sobre la eclíptica. Después de pasar delante de las doce constelaciones zodiacales, el Sol vuelve a ocupar la misma posición relativa con relación a ellas, dentro del espacio que, a enorme distancia, delimitan. La curva abierta que va trazando el Sol en las espirales de su recorrido por la eclíptica fue dividida tradicionalmente en 27000 sectores. A cada humanidad correspondían 9000 sectores. La proyección circular de la eclíptica quedó reducida en 4 por ciento: de 27000 a 25920 sectores o "años"; a cada humanidad corresponden 8640 "años". Medida en años tópicos de 365242 días, la marcha eclíptica tiene aproximadamente 25824 años. Es el número de años completos que dan las cifras que se han estudiado a través de la Kabalah en la Biblia cristiana. El tiempo de cada edad o humanidad es de 8608 años solares. Estas tres cantidades (27000, 25920 y 25824) y sus terceras partes corresponden a cada humanidad para existir: 9000, 8640 y 8608 años. Si dividimos los 25824 años que tarda el Sol en completar una vuelta en su eclíptica entre doce, nos da un resultado de 2152 años. Este es el periodo de tiempo que tarda el Sol en pasar delante de la constelación zodiacal. Si una humanidad desaparece cada 8608 años, aproximadamente, significa que ocupa un lapso de tiempo igual a cuatro signos del zodíaco. Es decir, existen tres puntos de ruptura en la proyección circular de la eclíptica, los cuales corresponden con el advenimiento de uno de los cuatro elementos: aire, tierra, fuego y agua (éste es el orden de los cuatro soles del Calendario Azteca y de las cuatro humanidades especificadas en la Biblia). Igual, con exactitud no podemos saber cuántas humanidades han sido necesarias para hacer posible la nuestra”.

   El doctor Octavio Barona está de acuerdo con estas fechas: -La quinta humanidad es la nuestra. Está bien expresado en la Biblia: de Sem a Phaleg y de Phaleg a Abraham, dos periodos zodiacales, 4304 años solares; de Abraham a Jesucristo un periodo zodiacal, 2152 años; y de éste al quinto cataclismo que terminará con nosotros y nuestras obras, el cuarto y último periodo zodiacal de 2152 años. En total, una edad de 8,608 años solares. Según los aztecas el centro de varios de sus monumentos y pinturas representa el quinto Sol, o sea nuestra quinta edad, rodeado de los cuatro soles anteriores; que terminará, como ellos, en una terrible catástrofe. De acuerdo con el Apocalipsis el aire será el elemento que presidirá nuestro cataclismo, comenzando así un nuevo paso de los cuatro elementos. Este ciclo, por haber comenzado 15 años antes del nacimiento de Jesucristo, finalizará aproximadamente el año 2137. Esta fecha, según los estudios criptográficos, aparece repetidas veces en la obra profética de Nostradamus, oculta en sus exposiciones cronológicas. Estamos de acuerdo con Daniel Ruzo: se trata siempre del año 2137 de nuestra era. Los cuatro Yugas indostanos representan, asimismo, las cinco humanidades. Se extienden, como ellas, sobre 20 periodos zodiacales, es decir, sobre el mismo tiempo. Se dividen en Satya Yuga, de ocho periodos zodiacales; Tetra Yuga, de seis periodos; Dwapara Yuga, de cuatro; y Kali Yuga, de dos periodos que terminan con el fin de Pisas en el año 2137. Veinte periodos zodiacales que cubren 5 milenarios de 9000 "años" o sectores de la eclíptica; cinco edades de 8640 "años" de la proyección circular de esa curva o cinco humanidades de 8,608 años solares. También es coincidente en las fechas el año 2012 que anuncia un cambio importante. Relacionado con la comunicación electrónica de toda la humanidad, como un virus benigno que permite a todos saber lo que sucede a todos: un gran paso adelante. Toda esta cronología basada en conocimientos astronómicos, fue heredada de la cuarta humanidad, la humanidad de los atlantes que se hundió en el mar, por hebreos, egipcios, caldeos, indostanos y en América por todas las culturas antiguas de México, Guatemala, Perú, Bolivia y Chile. En todos estos sitios existen esculturas protohistóricas, anteriores al Diluvio. Lo que ocurre en Tepoztlán es que son las más numerosas en una área reducida del valle.

   He conversado en la Ciudad de México con Fernando Benítez, nuestro ilustre amigo autor de “La ruta de Cortés” y “Los indios de México”, entre otros libros memorables. Nos presentó en 1981, una amiga común: la fotógrafa norteamericana Nadine Markova, con quien hemos trabajado varias veces juntos para Vogue y nos une una cálida amistad. Fernando Benítez admira su trabajo y eso nos ha acercado y me ha permitido varias veces recurrir a él para aclarar algún dato histórico de México. Ahora le pido que me cuente como se dice a un lector amigo la historia de los cinco soles que tanto he oído nombrar. Dice el maestro Fernando cómo la entiende él: -Hesíodo habla de cinco humanidades y la Piedra del Sol, que está en el Museo de Antropología, las representa grabadas en su monolito, un documento de piedra de veinticuatro toneladas. Otra piedra igual a esta se ha encontrado en Guatemala y una tercera en Bolivia, a orillas del lago Titicaca. El recuerdo de estas cinco humanidades tenía que estar consignado en la Biblia. No es difícil encontrar esas referencias y compararlas con los cinco soles del monumento azteca. Según la Biblia, la humanidad de los Ángeles cae en el cielo, es decir, en el aire: es el fin de la primera humanidad angélica. El primer Sol azteca está representado por Quetzalcóatl, dios del aire. Termina también ese primer sol o primera Edad por un cataclismo del aire: los hombres se convierten en monos. Los Hijos de Dios se unen a las Hijas de los Hombres y caen en la tierra. Termina así la segunda humanidad. El segundo Sol azteca está representado por Tezcatlipoca: la tiniebla de la Tierra es su morada. Es la segunda edad de los gigantes que caen en la Tierra: son devorados por los tigres. El primer versículo de la Biblia que se refiere a los Hijos de Dios se refiere también al pesar de Jehová por haber creado hombres en la Tierra cuando decide el Diluvio universal, “pero Noé halló favor a los ojos de Jehová” y continuó la estirpe por un hombre justo y su familia salvados de las aguas que inundaron el mundo. La tercera humanidad vive en el Paraíso. Adán y Eva simbolizan una humanidad. Es la humanidad adánica que termina por una catástrofe de fuego: la espada flamígera que se revuelve a todos lados. El tercer Sol está representado en el monumento mexicano por Tlaloc, dios de los infiernos y de la lluvia de fuego que destruye la tercera edad con el calor, según está escrito en lenguas antiguas tan distantes como en Chile la RapaNui de Isla de Pascua, en las inscripciones de las llamadas tablillas parlantes, varias en la Biblioteca del Vaticano, en Roma. En los códices aztecas, durante el tercer Sol, Nahui-Quiahuitl (Cuatro-Lluvia de fuego), al cabo de seis veces cincuenta y dos años, cuando cayó una lluvia de fuego, manifestación de Tlaloc, señor del rayo, de largos dientes y ojos enormes, todos eran niños, y los sobrevivientes se transformaron en pájaros. La cuarta humanidad es la humanidad de los patriarcas entre Adán y Noé. Termina por un Diluvio, el cataclismo del agua cantado en el Génesis cristiano. Noé salva la semilla humana. Este cuarto Sol, símbolo de la cuarta edad, en México está representado por la diosa Chalchiuhtlicue, esposa de Tlaloc y patrona de las aguas. La catástrofe es también para los mexicanos, un Diluvio. El agua se derramó al derrumbarse el cielo y destruyó la cuarta edad. Este es el orden de los cuatro soles o edades, es decir de las cuatro últimas humanidades: aire, tierra, fuego y agua. La quinta humanidad es la nuestra. Según los aztecas el centro de su monumento representa el quinto Sol, o sea nuestra quinta edad, rodeado de los cuatro soles anteriores. Terminará, como ellos, por una terrible catástrofe. De acuerdo con el Apocalipsis cristiano el aire será el elemento que presidirá nuestro cataclismo comenzando así un nuevo paso de los cuatro elementos. La única explicación para esta identidad de las tradiciones de las cinco últimas humanidades de la Tierra, en México y en la Biblia hebrea, es que los pueblos antiguos de nuestra historia han heredado en todos los continentes fragmentos de la ciencia y de la historia de una humanidad anterior que pereció en el diluvio, y restos de esa humanidad es lo que representa la aldea arqueológica de Tepoztlán.

   Afirma el profesor Daniel Ruzo: -La Piedra del Sol, guardada en el Museo de Antropología e Historia de México, es, con la Biblia hebrea y con la gran Pirámide de Egipto, uno de los tres monumentos cronológicos más importantes de la humanidad. Una semejante se ha encontrado en Tiwuanaku, Bolivia. Se trata de una roca de basalto olivino, de unas 25 toneladas y 3,58 metros de diámetro, tallada en el México precolombino. Los numerosos motivos allí esculpidos están relacionados con la astronomía, la cronología y la cosmogonía de la antigua civilización. La piedra presenta una decoración en círculos concéntricos que de interior a exterior parece representar: en el centro el rostro de Tonatiuh (dios del Sol). A continuación se encuentra el círculo de los veinte días, que se corresponde con la representación de un mes. El círculo comienza por la parte superior y de manera inversa a las manecillas del reloj. Junto a este se encuentra el círculo con los cuatro rumbos del Universo y los rayos solares. Delimitando toda la representación del disco solar están dos serpientes de fuego, cuyas colas se encuentran en la parte superior, lugar donde está representado lo que para algunos se relaciona tanto con el año del surgimiento del quinto Sol, como con la fecha de la construcción del monolito. Es posible que sea muy anterior a los aztecas. De todas maneras, cincelada por ellos o no, es una copia en piedra de la más antigua cronología legada por la cuarta humanidad a todos los primeros pueblos de la quinta humanidad a la que pertenecemos. La exposición cronológica de la Piedra del Sol nos permite asegurar que los pueblos atlantes, y por lo tanto México, tuvieron la misma cronología de cinco humanidades que encontramos en los documentos de los semnas y los caldeos, los maostanos y los egipcios. Sabemos que esta tradición llegó hasta los griegos y la encontramos en Hesíodo, como se sabe. Las grandes catástrofes que se sucedieron al final del cuarto Sol, Cuarta Edad, o cuarta humanidad, provocaron el hundimiento de las islas del Atlántico. Esas islas unían a los atlantes de México con los del Norte de África y, al otro extremo del Mediterráneo, con los atlantes del Egipto protohistórico. No es extraño que encontremos en todas las etapas de este largo camino, que se prolonga hasta los Cárpatos de Europa y hasta los Andes de Sudamérica, las mismas tradiciones e iguales templos naturales. Los cantos que elevaban al cielo esas multitudes resuenan hasta hoy en el Valle Sagrado de los Faraones y en el Valle Sagrado de Tepoztlán. Los antiguos misterios hacen temblar las montañas de México y las que están sumergidas en el fondo del Atlántico. Así será mientras quede una roca marcada con el sello de esa Edad desaparecida, mientras los dioses egipcios no se borren totalmente en la montaña de Tebas, y mientras la luz del Sol haga girar sobre las rocas del Chalchi la misteriosa mirada de la estatua de piedra de Tepozteco.

   He dormido en muchos sitios en Tepoztlán, en casas de amigos: donde los Monteforte he probado bebidas únicas que salen de las manos de Morena como agua viva, me regaló varas de bambú en que acomodé un telar de Isla Negra y colgué en mi propio hogar en la Ciudad de México; en lo de los Fritszche desde la gran ventana del dormitorio que he ocupado  veo perfectamente el tercer macizo de montañas, formadas por el Cerro de la Luz, en el que hay una pequeña pirámide, por sus estribaciones hacia el Norte, y por el Cerro del Viento, o de los Vientos, el más occidental. Delante de este cerro se levanta la estatua protohistórica del personaje principal de toda la comarca, Tepoztecatl o Tepozteco, el hijo de Quetzalcóatl. Es una enorme roca, aparentemente de sesenta metros de altura, tallada totalmente por tres lados y unida al Cerro del Viento por el lado posterior. Siempre se ha titulado esta roca el Cerro del Hombre, o del Gigante, pero los vecinos se refieren al cerro como “la estatua de Tepozteco”. Entre ellos hay estudiosos que se ocupan de los símbolos que decoran las enormes superficies de su manto, y de la cabeza magnífica con las diferentes miradas que esta enorme escultura presenta según la hora del día y que acreditan el arte incomparable de los escultores que la tallaron para perpetuar el cerro "del hombre que bajó del cielo"; él es el "hijo del Dios del Viento" que ha bajado a la tierra. Tiene seis fisonomías diferentes y se ha conservado durante más de diez mil años a pesar de bárbaros, el tiempo y de los elementos. Los escultores hicieron un trabajo tan perfecto que nadie puede negar que se trata de una obra humana de excepcional calidad. También cambian los símbolos tallados en el manto excepcional que lo cubre según las diferentes luces de las horas del día y de los meses del año. Uno piensa que la presencia enorme nos viene de una humanidad desaparecida que dominaba el espacio, tallaba las montañas y las decoraba con esculturas. Las miradas de Tepozteco, producidas una después de otra por las diferentes posiciones del Sol en el transcurso del día, se pasean por el Chalchi, cerro precioso.

   La base de la leyenda de Tepozteco, tejida en los últimos siglos sobre recuerdos incompletos de su realidad mitológica, es entonces la de un hombre purificado que nace de una virgen. Después, resucita de entre los muertos. La repiten los pobladores de hoy: todas las notas aquí reunidas corren de boca en boca y siempre conservé la forma lo más textual posible. Igual no incluyo bibliografía porque ocuparía más páginas que el texto, pero es siempre la misma historia: la mujer virgen que encontró una minúscula piedra de Jade que guardó en su faja y con esto quedó embarazada del superhombre. Después de la llegada de los españoles se une el mito del héroe a la tradición cristiana. Tepozteco protege a Tepoztlán siempre que lo celebren a él y a la Virgen de la Natividad en las fiestas anuales. Es el hijo de la Virgen, Patrona de Tepoztlán, hoy la Virgen de la Natividad. Vuelve así el mito a sus orígenes: la Virgen Madre es el símbolo de la fecundidad y del agua de las tinieblas. Sin intervención masculina da vida al héroe. Es la matriz del segundo nacimiento. La madre virgen y sus dos hermanas, princesas, estaban al cuidado de una anciana. Para evitar la deshonra pensaron matar al niño; lo arrojaron a un maguey, pero las espinas no le hicieron daño; a un hormiguero, pero las hormigas lo adornaron con flores; a una fuente, pero no se ahogó. Lo abandonaron. Un pescador lo encontró y lo llevó a casa de su señora. Ellos fueron sus abuelos. El pescador hizo para él un arco y una flecha y el niño traía aves para alimentar a sus protectores. Cuando vio que otros niños tenían huaraches (sandalias) pidió unas a su abuelo, quien le hizo un par de piel de conejo. Como las sandalias son dos esto une a Tepozteco con Ometochtli, "dos conejo", que es a la vez el nombre del dios que se venera cerca del cerro de la Luz, vecino a Tepozteco, y a la fecha náhuatl “dos conejo” que representa al superhombre.

   Se dice que en las inmediaciones vivía un gigante, Xochicalcatl, al que alimentaban sacrificando ancianos. El niño dijo a su abuelo: "yo iré en tu lugar a enfrentar el Xochicalcatl". El anciano respondió: "eres muy tierno y no puedes satisfacer su hambre; yo estoy viejo y debo morir luchando". El niño seguía con su idea: "pasaré a través de esta montaña y así veré si puedo pasar a través de las entrañas del gigante". Fue capaz de pasar de un lado a otro de la montaña Cuicuizacatlán. Llegado el momento, el niño indicó a su abuelo que se escondiera para que lo llevaran a él en su lugar y que observara el cielo hacia Cuernavaca: “Aparecerá una nube y si se conserva blanca indicará que estoy vivo pero si se vuelve negra indicará que estoy muerto”. Los soldados se llevaron al niño que iba recogiendo piedras diminutas de jade, cuchillitos pequeños muy filudos. Le preguntaban para qué eran y contestaba: "para jugar".

   Cuando lo vio el gigante dijo: "tú no me satisfaces ni para un bocado"; así no lo hizo hervir como lo hacía habitualmente con los ancianos y se lo tragó de un solo bocado. Y el niño se metió vivo en el gigante. Cuidó mucho de que no lo mordiera al pasar. Una vez dentro comenzó a cortarle al gigante los intestinos con sus piedritas filosas de jade. Con el dolor el gigante pidió más alimento y mientras iban a buscarlo el gigante murió y el niño salió de su estómago: encontraron al gigante protector muerto y con el estómago abierto. Los soldados corrieron en persecución del niño que había partido en dirección a Cuernavaca. Los abuelos, viendo la nube blanca, se regocijaron porque el niño no había muerto. La tradición de la vida de Tepozteco está plagada de hazañas heroicas, luego de las cuales retorna a Tepoztlán. Trae un cofre que oculta el tesoro escondido y reposa en su forma tallada en la montaña misma tepozteca. La leyenda no era exactamente, hace quinientos años, a la llegada de los españoles, lo que fue en los lejanos orígenes; pero había conservado muchos datos importantes. La versión más moderna pretende hacer de la leyenda una historia posible. Olvida que solamente los cuentos fabulosos, con hazañas imposibles, pueden llegar a nosotros trasmitidos de boca a oreja, atravesando cientos de siglos, para entregarnos su realidad mítica, “mucho más científica de lo que podían imaginar los antropólogos del siglo XX”, nos asegura Fernando Benítez.
   La noche cae sobre Tepoztlán. Minuto a minuto el familiar Chalchi se convierte en una sombra inerte que va cubriendo al tranquilo poblado. Sólo nos resta soñar con la caverna iniciática que oculta el cerro en sus profundidades... la aventura y la búsqueda continuarán por la ruta interior. Esta noche descansaré en Las Cabañas, y me han dicho que ocuparé el mismo dormitorio en que  durmió Pablo Neruda, quizás su hálito profético de poeta aún permanece en los sitios donde reposó y tendré un sueño plagado de imágenes que capaz me acerquen más al alma secreta de Tepoztlán. Antes de dormir tomo mi pequeña piedra de jade verde con forma de corazón, está siempre caliente a pesar de haber transcurrido muchos días desde que me fue asignada, y entonces mi corazón de jade lo uno a mi propio corazón de hombre, y así me duermo.

(c)Waldemar Verdugo Fuentes
FUENTE: Artes e Historia-México
PAISAJE DE MÉXICO
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